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País de Mil y Un Colores

  • El Ko Juan
  • 24 sept 2014
  • 3 Min. de lectura

Fotografía: United Nations Photo

Somos colombianos, según nosotros a mucho honor, anteponiendo siempre a un Dios, arraigados a deportes que no hemos creado y a culturas que nos han metido por los ojos. Somos colombianos, americanizados, hambrientos de orgullo y vida, hambrientos de muerte, hambrientos de justicia que después será olvidada, hambrientos de triunfos deportivos individuales, hambrientos de parrandas, asesinos de la naturaleza, degradadores de la educación, esa que provee los pasos hacía al futuro.

Queremos un país que triunfe en los deportes, pero tenemos un país que degrada la educación. Queremos un país con orgullo y reconocimiento internacional, pero se nos olvidan los niños, el futuro de estas tierras, demacradas y hermosas, alegres y olvidadas.

No podemos dejar a un lado lo astuto que fueron nuestros antepasados; nuestros indígenas, que con mitos relacionados al oro se aprovecharon de la avaricia de los españoles que llegaban con sus enfermedades y sus armas a conquistarlos, a esclavizarlos. Nuestros negros, que con fortaleza, alegría y esperanza llegaron a Cartagena como esclavos de humanos, como ellos, pero de otro color. Los trataban como animales, bestias sin alma, que se revelaron y con ayuda del trenzado de sus cabellos, donde dibujaron el llamado ‘’mapa de la libertad’’, donde guardaban pedazos de oro que sacaban de las minas, se escondieron entre los Montes de María, en una tierra maravillosa que hoy conocemos con el nombre de San Basilio de Palenque, ahora suspirando bajo los incesantes aires de la pobreza e ignorancia nacional, como sucede, también, en gran parte de la costa atlántica y pacífica del país.

Nos maravilla la idea de obtener dinero fácil, esa premisa que nos ha dejado la magnificación de la llamada ‘’cultura narco’’, de donde proviene la tan famosa y criolla frase colombiana: ‘’el mundo es para los vivos’’. Aterradora pero proclamada, por ende deseada.

En esta tierra donde el ocio prevalece a la educación, donde la memoria se ha perdido, donde se pide justicia política sin justicia moral, donde se celebran los triunfos deportivos porque son aquellas alegrías efímeras que actúan como un somnífero, porque cuando estamos dormidos se nos olvidan nuestros problemas, se nos olvida cuánto daño nos está haciendo esa magnificación televisiva de ‘’lo violento’’ y ‘’lo narco’’, de cuánto hemos olvidado nuestra esencia, de cuánto segregamos a nuestros indígenas, de cuánto discriminamos a nuestros negros, de cuánto añoramos vivir el sueño americano para, de esta forma, sentir un poco de orgullo colombiano, ese que solo se siente estando afuera, huyendo del problema. Porque allí es donde realmente nos sentimos colombianos, afuera, donde extrañamos, donde añoramos.

‘’Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, dé funerales jubilosos y parrandas mortales’’, dispara García Márquez, que en su preocupación por la pérdida de identidad colombiana y en su búsqueda por un cambio social, plantea una preocupación más fuerte por dirigir un país, ese país próspero que tanto soñamos, al alcance de los niños.

Somos una sociedad de mil y un colores, de mil y un estilos, de mil y un deseos, de triunfos y derrotas, de alegrías y tristezas, de fortalezas y debilidades, de ignorancia, de ganas de poder, de ahínco laboral, de parrandas, de tierras olvidadas, de tierras maravillosas. De sonrisas negras, blancas, indígenas. De ojos pequeños, grandes, medianos, rasgados, azules, amarillos, verdes. De alma colombiana, pero de superficie europea y estadounidense. De prejuicios, de segregaciones, de amor y odio. Luchando por un país próspero y uniforme, luchando por la justicia y la erradicación de la violencia, porque somos un país en busca de libertad y armonía, porque somos un país matizado, en desarrollo económico, pero no educativo. Porque desconocemos nuestro pasado, disfrutamos nuestro presente y vivimos a la expectativa de nuestro futuro. Aunque, tranquilos, como decía mi abuela ‘’mañana el tamarindo crece más sabroso, mijo’’.


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