LA Bola Caliente

La gente se acomoda, la arepa e’ huevo suelta sus últimas gotas de aceite antes de ser llevada al boul para ser vendida, el queso se posa sobre el patacón y la Kola Román se enfría en una nevera de icopor, el juego comenzó.

El ingreso es tranquilo, pise un campo de beisbol por primera vez a los 5 años con un primo de segundo grado, él ya prospecto firme de los Azulejos de Toronto en la MLB, yo un periodista en proceso. Tendrían que pasar 7 años para que me re-encontrará con un diamante de tierra y pasto, y de amores y odios.

Nos sentamos, en medio del jolgorio, presentaban los equipos, los más viejos comentaban las últimas noticias de las grandes ligas, los más jóvenes, simplemente disfrutaban. Las mujeres, pacientes, divinas, como siempre en la costa, tranquilas, comentaban, inocentes, el transcurrir del juego. Un escenario donde pareciera que solo los viejos tenían la razón, la ponderación de predecir lo que ocurriría en el juego, lo más impresionante es que en la mayoría de ocasiones ocurría de la manera en que pregonaban como si tuvieran contacto directo mental y de esa forma llevaran los hilos del juego, o, como si, simplemente, los años dieran el poder de controlar el talento del tiempo, ¿quién sabe?.

Seguían hablando los viejos, mientras LA Bola Caliente en el aire seguía luciendo sus onduladas formas, su variopinta historia. Quizá estaba pensando en una oda a la hora de comenzar con este texto, quizá no ha sido como tal debido a lo cansado que estoy de las tradicionales crónicas, desde mi punto de vista, es en el tercer inning de esta entrada donde está plasmado el objetivo de estas palabras. Fuimos seres tranquilos, en la tierra donde nacieron nuestros ancestros, viendo un deporte que dirigieron y practicaron desde su llegada al país, quizá no haya algo más sabroso que ese aire a océano mientras azotas un círculo y corres contra el viento.